A pesar de la advertencia de mi
papá, mi mamá le permitió a Galera dormir en el patio. Quería saber de primera
mano si Galera iría a descargar camiones al molino o si enfilaría hacia el
sanatorio para vengar la muerte de su hermana.
Ansiosa, no durmió en toda la noche.
Se levantó a las seis de la mañana. Se cebó unos mates y relojeó la piecita de
los cachivaches hasta que Galera se levantó y salió a la calle. No fue en
dirección al molino, sino hacia el sanatorio. Temió lo peor. Lo siguió a diez
pasos de distancia, ataviada con pañuelo y antejos oscuros al estilo Shirley
MacLain. Recordó la sentencia de mi papá. Si Galera mataba al doctor, sería
cómplice por permitirle dormir en el patio y tomar vino hasta la madrugada. El
corazón se le disparó a todo galope y sintió que la adrenalina le brotaba por
los poros. Toda la escena le parecía una película de suspenso. Tenía miedo,
pero estaba fascinada por ser parte del reparto.
Sucedió lo que temía que sucedería.
Galera entró al sanatorio. Ella apuró el paso, se mezcló entra la gente y se sentó
en la sala de espera, escondiéndose detrás de una Radiolandia. Pispeó y no
escuchó lo que decía Galera, pero por el movimiento de labios advirtió que le
pidió a la recepcionista que llame al médico. El médico apareció y se dieron la
mano con cara de pocos amigos. Mi mamá quiso parar la película y denunciar todo
lo que estaba pasando antes de que Galera cometiera el crimen, pero la
adrenalina y el miedo al ridículo la paralizaron.
El médico tomó a Galera del brazo y
se metieron en el consultorio. Mi mamá cerró los ojos y esperó por el ruido
seco de los disparos. Pensó que serían dos, uno para matarlo y el otro para
rematarlo. Imaginó a Galera salir corriendo bañado en sangre. Tras seis minutos
de silencio, Galera salió como una tromba. No hubo disparos. Mi mamá pensó que habría
usado un cuchillo. Temerosa, con pasos cortos y pocas ganas de avanzar, se acercó
al consultorio. Sospechó que el médico estaría tendido boca arriba sobre su
silla con el cuchillo clavado y un geiser de sangre emanando de su pecho.
El corazón le palpitaba a mil por
hora. Se visualizó en el calabozo, con reflectores derritiéndole el maquillaje y
dándole explicaciones al detective sobre por qué no había hecho nada para frenar
el asesinato. Llegó frente al consultorio y por la rendija entre la puerta y el
marco vio al médico vivito y coleando. El corazón se le desaceleró de golpe como
cuando de chica el caballo frenó en seco y voló por arriba de las crines
quedando colgada de las riendas.
–Buen día doña Tota – la saludó el doctor.
–¿Cómo sabe mi nombre? – respondió mi mamá sorprendida.
–¿No me diga que no se acuerda? Yo le arreglé el brazo que se quebró Gerardo cuando se cayó del árbol. Creo que así se llama el mayor, ¿no?
–Ay disculpe, que tonta. Claro. Sí, sí, Gerardo.
–Y otra vez le cosí la pierna al más chico con trece puntos. Acuérdese que vino con todos sus amiguitos que lo traían del cine Mayo, con la pierna abierta como una flor.
–Sí, sí, el Nenucho.
–¡Qué le pasa! la noto alterada. ¿No me diga que trae de nuevo a uno de los chicos?
–No doctor, es que uno de mis clientes no se sentía bien y le dije que venga a verlo. ¿Vino? – le preguntó disimulando toda la película en su cabeza.
–Sí, un tal Galera. Pobre hombre. Sabe que está con una crisis de nervios ¿verdad? Su hermana murió en la sala de operaciones.
–¿No lo amenazó a usted? Supe que estaba furioso y anduvo diciendo por ahí que quería matar al médico.
–¡Que puedo hacer yo doña Tota! Si quiere matar al médico va a tener que viajar hasta Córdoba.
Mi mamá lo miró desconcertada.
¿Acaso con mi papá se habían pasado toda una película al divino botón?
–Pobre hombre – atinó a decir mi
mamá.
–No se haga problema. Se va a relajar bastante, le di unas pastillitas como para dormir a un elefante.
De regreso hacia el bar, mi mamá se
sintió tonta y se juró que jamás iba a juzgar a alguien sin tener todas las
evidencias. “Más estúpida no puedo ser, pobre Galera”, pensó. Al llegar vio a
Galera bostezando a la espera de que abriera las puertas.
–¿Cómo está Galera? Qué sorpresa
verlo tan temprano. ¿Ya hizo la changa?
–No. Fui al médico porque no me siento bien.
–Yo sé. Lamento mucho lo que le pasó. Váyase y descanse. No tome nada, porque no le harán efecto los remedios.
–¿Qué remedios? – le preguntó Galera sorprendido.
En ese instante llegó el Zorrino y mi
mamá sintió que la había salvado de explicar alguna excusa con la que se
podrían embarrar aún más.
Galera y el Zorrino pidieron lo de
costumbre, medio litro con soda, aunque agregaron una naranja Crush. Mi mamá no
entendió para quién. Galera sirvió el vaso de Crush y lo miraron fijo hasta que
se disiparon las burbujitas. “Es en honor a mi hermana, ella era lo único que
tomaba, así que está sentada con nosotros”.
Mi mamá se sintió desalmada. Pensó
que Galera también tenía sentimientos, no era tan mala persona como creía.
El superclásico
–¿Cómo sabe mi nombre? – respondió mi mamá sorprendida.
–¿No me diga que no se acuerda? Yo le arreglé el brazo que se quebró Gerardo cuando se cayó del árbol. Creo que así se llama el mayor, ¿no?
–Ay disculpe, que tonta. Claro. Sí, sí, Gerardo.
–Y otra vez le cosí la pierna al más chico con trece puntos. Acuérdese que vino con todos sus amiguitos que lo traían del cine Mayo, con la pierna abierta como una flor.
–Sí, sí, el Nenucho.
–¡Qué le pasa! la noto alterada. ¿No me diga que trae de nuevo a uno de los chicos?
–No doctor, es que uno de mis clientes no se sentía bien y le dije que venga a verlo. ¿Vino? – le preguntó disimulando toda la película en su cabeza.
–Sí, un tal Galera. Pobre hombre. Sabe que está con una crisis de nervios ¿verdad? Su hermana murió en la sala de operaciones.
–¿No lo amenazó a usted? Supe que estaba furioso y anduvo diciendo por ahí que quería matar al médico.
–¡Que puedo hacer yo doña Tota! Si quiere matar al médico va a tener que viajar hasta Córdoba.
–No se haga problema. Se va a relajar bastante, le di unas pastillitas como para dormir a un elefante.
–No. Fui al médico porque no me siento bien.
–Yo sé. Lamento mucho lo que le pasó. Váyase y descanse. No tome nada, porque no le harán efecto los remedios.
–¿Qué remedios? – le preguntó Galera sorprendido.
Los primeros minutos fueron de estudio y bostezos, hasta que, a los 14 minutos, Echegaray le pasó mal la pelota a Carrizo, Valentím se la robó en el área y Carrizo no tuvo más alternativa que hacerle penal. Valentím pateó y Fioravanti aturdió anunciando el gooooooolllllllll de Boca interminable y doloroso. “Este tiene la camiseta puesta ¡a mí no me jode!”, refunfuñó mi papá.
Mientras esperaba que las brasas lentas hicieran su trabajo, el Zorrino, el asador oficial del grupo de los changarines, tenía un pedido especial de mi mamá. Cada viernes le pedía que pusiera dos matambres arrollados sobre las brasas. Debían estar casi extinguidas, para una cocción “pareja, prolongada y equilibrada”. Uno de los matambres lo guardaba para las visitas del fin de semana y el otro lo ofrendaba en retribución por la molestia.
–Ni lo intente. ¿Acaso usted revelaría los números de la quiniela?
Un viernes la vecina Hans, mi ex nodriza y maestra particular, entró subrepticia por la puertita falsa.
–Perdóneme – le alzó la voz mi mamá en contraataque –y yo que pito toco en este entierro.
–Mi marido se me queja continuamente que no sé hacer nada. Imagínese. Se siente bombardeado con los olores que vienen de su casa uno más rico que el otro.
–Doña Tota, le estoy hablando en serio. Mi marido dice que no sé cocinar. Todo lo que hago es desabrido. ¡No sé qué hacer!
–No se haga problema. De ahora en más me aseguraré de cerrar un poco más la ventana de la cocina – respondió agraciada.
–Se lo juro. El otro día lo encontré en el medio del patio con la nariz apuntando para su patio y respirando hondo.
–No exagere. No es para tanto.
–¡No exagero! Estaba tan rico y espeso el aire que hasta a mí me dio ganas de cortar un poco de cielo y ponérselo en el plato.
–Ay gracias doña.
–Debería poner un restaurante o una rotisería. Se le llenaría todos los días.
–Yo fui, viejo de mierda. ¡Quién te crees que sos! – le contestó Galera dándose por aludido, ante la mirada atónita de todos, extrañados por una reacción exagerada –y encima te la oriné.
–Vení fanfarrón, te vua matar – le replicó el Manya ofendidísimo de que le hayan cuestionado en público su fama de “dotor”.
–Y vos ¿quién te crees que sos? – le levantó la voz Galera por primera vez.
Excelentes historias del "Bar de Trotti"!, escritas por un testigo de primera fila!. Me encantan las historias del San Francisco del ayer.. ("Cuna de Mafias", según la tildó un colega tuyo!). Abrazo grande!
ResponderEliminaroh la lá, cuna de mafias?
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