Ilustración de mi hermano Gerardo sobre aquellas cenas de los jueves en el patio del bar Nueva Pompeya. |
En el patio continuaban las diferencias que había en el bar entre quienes usaban apellidos y sobrenombres. Los changarines hacían sus asados al mediodía debajo del limonero, a pleno rayo del sol. Los amigos de la mesa de mi papá asaban los jueves en la “cena de amigos”, abrigados bajo la parra, para que el frío no baje por los hombros y cale hasta los huesos.
–No Nenucho, esta vez no. Pero vi algo mucho mejor.
–¿Los mató?
–Sí Nenucho. Les encajé este cuchillo cuatro veces y les abrí las mandíbulas para que no me pudieran clavar esos colmillos draculientos.
–¿Lo mordieron?
–Ya me curé – contestó mostrándome el brazo –pero cuando los estaba acuchillando vi un resplandor que casi me deja ciego.
–¿Un submarino?
–Eran doce delfines, rojos como estas brasas, tirando de cadenas.
–¿Un barco?
–No, Nenucho. Era un camalote de oro, grande como una carroza de corso – me dijo mientras extendía los brazos hacia la parra –y enfrente había tres indios altos con plumas y collares de oro con unas cadenas de donde tiraban los delfines. Atrás de los indios estaban sentados seis leones de oro que tiraban fuego por la boca.
–No sé Nenucho. La corriente los venía arrastrando río abajo. Salen a pasear por el rio cuando la luna está apagada, pero a veces se pierden.
–De una ciudad perdida en la selva, allá arriba en el Amazonas, toda de oro.
–¿Fue con ellos?
–No, la ciudad es maldita. Los indios convierten en estatuas de oro a todos los exploradores y ladrones que quieren robar sus secretos.
–¿Entonces todos los leones son de oro? ¿Los puede usar el tío Tito en el circo?
–¡Qué buena idea Nenucho! En el próximo viaje en vez de matar cocodrilos voy a cazar leones de oro para tu tío. ¡Será el circo más famoso del mundo!
–Como siempre Raúl – reaccionó mi mamá, mientras abría la ventana de la cocina de par en par para que entren los sabores del patio.
–Nada doña Tota. Tengo que descargar camiones en el molino a las cuatro de la mañana. Tengo miedo de estar tarde. Estoy haciendo tiempo.
–Bienvenido entonces. Siéntese con los muchachos – respondió mi mamá, dejando a mi papá con los ojos tan abiertos como pescado.
–Busco a Galera.
–Lo abrieron y el pobre muchacho vio que Cecilia estaba ahí adentro, muerta, enterrada viva, pero como si recién hubiera despertado. Tenía el vestido manchado y estaba sonriente con ganas de besarlo e irse al baile.
–Ay por favor, Daguero – le reclamó mi mamá –porque no se ponen a pelear con el fútbol, es más saludable que estas tonterías. Mire como está el Nenucho.
–Pobre tipo – le respondió mi mamá –esta tarde se le murió su hermana melliza. La estaban operando del apéndice y los médicos le pusieron mucha anestesia. Le dio una crisis de nervios, se perdió de la cabeza y se escapó. No lo encontraban por ningún lado hasta que al Zorrino se le ocurrió venir por aquí.
–Entonces es mentira la changa a las cuatro de la mañana.
–¡Qué se yo, Livio! El pobre está perdido.
–Pero, por favor, date cuenta, que perdido ni perdido. Tiene un arma. Debe querer ir al sanatorio para matar a los médicos. Y vamos a ser cómplices.
–¡Qué estás diciendo! ¡por favor!
–¡Por favor las pelotas! Si mata a alguien y está borracho, van a decir que nosotros somos los culpables. Y te recuerdo que yo ya pasé una noche en el calabozo.
–Pero Livio, no seas malo, el pobre hombre está destrozado.
–Inventate algo, pero este Galera ni muerto duerme aquí – sentenció mi papá.
–Cola de igua...
–Ojo Livio, no estaría tan seguro. Mirá que juegan en la Bombonera. Ya los destruimos en el Monumental.
–Te juego que le ganamos 2 a 0. El que pierde paga la cena del jueves.
–Mirá que sos corajudo. No ganan desde el 57. Ya tienen la maldición arriba.
–Pero de qué hablás. Les metimos cinco campeonatos seguidos, solo les dejamos ganar en el 54.
–Nunca más ganaron nada, no jodas. El domingo quedarán de segundos como en el 54 – le gritó Godino del otro lado de la mesa.
–¡Qué tenés que levantar la voz! ¡maricón!
–Maricón tu abuela, pelotudo.
–¡Andá a cagar! – le reprochó mi papá tirándole un pedazo de pan.
–Andá a cagar. El que les va a llenar la canasta es el brasileño, pero Delem, no Valentim, boludo.
–Más boludo será tu abuela, pelotudo.
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