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Mis padres, Livio y Tota en su luna de miel en Mendoza, abril de 1953. |
Vi a mi papá afligido y ansioso. Estaba sentado en la mesa de granito del patio, ensimismado, mirando fijo sin ver nada. Prendía un cigarrillo tras otro dejándolos a la mitad. El cuadro era preocupante, aunque también hermoso. Lamenté que no estuviera mi hermano para retratar el momento, unas bocanadas de humo que coloreaban todo de un grisáceo tornasolado, atravesadas por los rayos que pedían permiso entre las hojas de la parra.
–No. Nada.
–Nenucho andá a buscarle una Coca Cola a papi.
–Te dije que no quiero nada.
–Nenucho, andá, buscala –porfió mi mamá, poniéndole una mano sobre el hombro y la otra sobre mi cabeza.
–Encima me dijo que no me pagará el aguinaldo porque tuvo muchas pérdidas y la inflación se lo comió.
–¿Eso es todo? ¿Y por eso te hacés tanto drama?
–Si.
–No me respondas sin pensar. Acordate. Si ponemos energía en lo que queremos, siempre al final lo tendremos.
–Fácil decirlo. Te quiero ver a vos trabajando todo el día como un burro y que no te valoren.
–Me lo vas a decir a mí, ¡por favor! –le reprochó–, lo que te quiero decir es que vos siempre te ponés pesimista y cantás esos tangos derrotados. No te podés caer por tan poco.
–Acordate. Con solo poner lo que querés en la mente, ella solita busca la manera de lograrlo.
–¡Qué te pasa a vos! ¿Te convertiste en monje tibetano?
–Pero no digas pavadas, Tota. Si no tenemos un mango cómo la vamos a comprar.
–No me entendés. Quiero decir que tenés que estar positivo y las cosas se darán solas. Dejá de torturarte ahora por cosas que no podés cambiar. Pensá que pronto tendremos la esquina o pensá que ya es tuya.
–Voy a buscar otro trabajo.
–Livio, buscá otro trabajo si querés, pero no dejes de enfocate en la esquina. Lo único que hay que pedirle a Dios es que nos dé salud, porque el resto viene por añadidura.
–Bueno, pero hay que tener un poco de suerte también. Era parte de tu fórmula del éxito ¿no? Jugabas a la quiniela como loca –le replicó en tono burlón.
–Sí yo sé –se rio mi mamá –una pizca de suerte nunca viene mal.
–No entendiste nada de lo que te dije. Parece que estoy gastando pólvora en chimangos.
–¿Qué bicho te picó ahora? – le preguntó, contenta de sentirlo que ya estaba metido en su mundo.
–Esquina querida. Ese va a ser el nombre del tango.
–¿Ves? Dale con el tango, pucha que sos pesimista. Me parece que a propósito te ponés mal para poder escribir esas cosas, no por nada tenés siempre ese cuaderno a mano cuando estás empacado como mula tuerta.
–¡Qué hablás! ¿A vos quién te entiende? No me dijiste que haga de cuenta que la esquina era nuestra, que le ponga energía mental. Y bueno, este tango es para atraparla, es para hacerla mía, es justamente lo que me estás pidiendo.
–¿Qué decís?
–Del título. Esquina querida.
–No es feo. Ponele otro entonces. Escribí lo que te falta y después le ponés el título. No te trabes.
–No es nada fácil, creeme.
–Yo sé. Pero hacé de cuenta que la esquina es una mina, ya vas a ver cómo te sale. A tantas le arrastraste el ala que a una más...
–Vieja no empecés, por favor –la cortó en seco.
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Galán y compadrito. Mi papá en sus veinte. |
¡No me abandones!
Me siento a la deriva
La Tota es mi esposa
Tú eres luz de mis noches
Mi soñada mariposa
Acepta mis temores
No te finjas desdichada
Ámame, no seas bravía
Pebeta hermosa, esquina mía
Pebeta hermosa, esquina mía
–No es un tango, es una milonga. Todavía me falta. No está terminada, pero ya la tengo, la siento – dijo entusiasmado mi papá.
–Ahora estás más contento con esos retoques que le hiciste, ¿no?
–Siiiiii. Creo que cuando ves la luz al final del túnel, por más que quieras escribir un tango, al final te sale una milonga –fanfarroneó compadrito.
–¿Cuándo la vas a terminar?
–Cuando finalmente me lleve a la esquina a la cama, como a vos pebeta.
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Retrato carbonilla de mi papá, dibujado por Gerardo, mi hermano. |
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